Durante toda su vida, una jovencita provinciana se preguntaba por qué le pasaban tantas cosas malas, si ella era buena. Cuando tenía un año, la vida le arrebató a su papá tras ser asesinado por la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (las extintas Farc). Después sufrió por desamor, huyó de su casa, fue rechazada por ser extranjera en Venezuela y finalmente tocó fondo al sufrir maltrato intrafamiliar.

Adela Martínez nació en el corregimiento Los Cerritos, en el municipio Barranco de Loba (sur de Bolívar). Cerca de esa zona vivía su papá, en el corregimiento Pueblito Mejía, que es considerado zona roja por la acción de los grupos al margen de la ley. Lea aquí: Video: la inspiradora historia de una barbera venezolana en Cartagena.

“Me contaron que mi papá era un hombre con comodidades, pero acosado por la guerrilla de las Farc. Si ellos llegaban, él tenía que atenderlos, y si no llegaban, lo hacía otro grupo -las Autodefensas- y también tenía que atenderlos. No tenía cómo defenderse. Como estos grupos eran muy celosos, “sapearon” a mi papá y lo mataron. No lo recuerdo”, dijo Adela.

Aquella historia pasó hace 35 años. Adela fue criada con su mamá y sus abuelos maternos, quienes le brindaron educación hasta el bachillerato. De niña aprendió a vender en la calles yuca y plátano, siempre con la convicción de que en algún momento brillaría para ayudar a los más necesitados. Su sueño era ser médica.

Cuando tenía un año, la vida le arrebató a su papá tras ser asesinado por la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.
“A los 18 años, me fui de mi casa para Venezuela huyendo de un desamor. Mi novio de toda la vida se iba a casar con una futura doctora, él estaba estudiando y trabajaba con la Alcaldía. Resulta que en Venezuela unos familiares dijeron que no había capacidad para mí y me ofrecieron vivir en una invasión”, contó.

En su pueblo, había vivido en un hogar humilde, pero cómodo, en cambio en la invasión durmió en el piso con unas sábanas que no la cubrían y tomaba agua de un chorrito.

Los días de escasez aumentaban. Convivía con un familiar que le ponía candado a la nevera, y para comer, Adela robaba un bocado. Pese a las adversidades, siempre fue optimista y un día se ofreció como vendedora en un centro comercial. “Dije: ‘Dios, me vas a poner ahí’, y así fue”.

La vida de Adela mejoró. La apadrinó una peruana, dueña del local, que le proveía comida típica de su país de origen. Luego se fijó la meta de estudiar Medicina, pero el semestre era muy caro, así que se regresó a Cartagena a estudiar Auxiliar de Enfermería en el Instituto Comfamiliar. Al regresar a Barranco de Loba, trabajó un año y ahorró para seguir estudiando.

De regreso al pasado

Aquel novio con el que inició una relación de cuatro años desde que tenía 14, y por quien huyó a Venezuela, volvió a aparecer en su vida. “Yo decía que no quería otro hombre si no a él, pero estaba casado y con un hijo, respeté esa parte, confiando en que Dios me iba a responder un día y comencé a orar por él. Lo esperé 10 años y hoy estamos conviviendo”, cuenta. El perdón de Adela hacia su pareja tenía un propósito: un aborto provocado. Le puede interesar: Procuraduría busca fortalecer lucha contra violencia de género

“Él decía que lo mejor era no tenerlo para no dañarme la vida, pero me la dañó. Me veía en una encrucijada por mis condiciones de vida y dije que sí”, y continuó: “Un aborto es lo más horrible que le puede pasar a una mujer, es ver cómo a los tres meses de embarazo el feto aún pequeño…”, llora sin poder continuar… “Eso me marcó”.

Él me pegaba. Pasó de los golpes a decirme mente de pollo, poca cosa… Me golpeaba muchas veces”,
Adela Martínez, líder de la Fundación Adelita Martínez.

A los maltratos

Al convivir con su pareja, Adela experimentó lo que jamás pensó: “Él me pegaba. Pasó de los golpes a decirme mente de pollo, poca cosa… Me golpeaba muchas veces”.

La última agresión ocurrió en una carretera cerca de El Banco, Magdalena. Ella le pidió devolverse para comprar un accesorio, a lo que él se negó y la amenazó. “Cuando íbamos en la carretera, él me bajó de la moto y comenzó a golpearme. Lo que más me indignó fue que muchos hombres veían cómo me pegaba y ninguno me ayudó. Le pedí a Dios que si él era el hombre que tenía para mí lo tenía que cambiar, o llevarlo a otra forma, pero ya no aguantaba más”, contó. Lea también: Hombres abusados: “Cuando ellos no hablan”

Desde que Adela se convirtió a Dios, dice que su pareja cambió, él empezó a admirar su espiritualidad y atestigua que hoy es un hombre diferente. Ambos tienen cuatro años en el evangelio y hace dos dice experimentar completa paz.